Cuerpos celestes

Les explicaré eso del amor de las pocas maneras que se pueden explicar las cosas que casi nadie entiende, mediante otras cosas que casi nadie entiende: el espacio sideral, todo el reguero de rocas que flotan por el aire donde no hay aire, demasiado grande para que le hagamos caso. Es obvio, por la naturaleza de estos temas, que se puede hablar de ellos también sin entenderlos, como hago yo.
En su forma ideal, el amor les aparecerá como dos planetas que orbitan entre sí, bailando sin parar, sin que nadie pueda distinguir cuál es la luna de cuál. Esa es su forma ideal, la difícil. Lo más común es que, aunque no se vea, estos pares se estén distanciando uno del otro cada vez más. Eso es irreversible. O por el contrario, puede que haya una fuerza de atracción que haga que se acerquen, se acerquen, se acerquen y se acerquen hasta colisionar. Ambos se destruyen. Eso es también irreversible.
Menos trágico, si les interesa, son los enjambres de asteroides que pasan veloces, que les harán poco daño y que por eso a duras penas lograrán recordar.
Hay amores de uno en un millón como el de esos satélites que están en su órbita de siempre, inertes y congelados, y que de pronto se les aparece de la nada un meteoro. Sus órbitas coinciden y quedan realmente cerca, pero sin llegar a tocarse. Quizás con un pequeño adelanto habrían tenido suerte. O tal vez sí la tendrán, en miles de años, luego de interminables rotaciones se volverán a encontrar y entonces tal vez sí haya un roce o algo más.
Les diré que hay estrellas colocadas tan lejos en la distancia que lo mejor es conformarse con la poca luz que nos llega de ellas. Olvídense de planetas perfectos que si los hay son improbables. En el amor y en el espacio el azar predomina y lo que se puede hacer es en realidad menos de lo que uno se cree. No quieran ustedes saber de los agujeros negros que te atraen, te absorben y te tragan y que luego te expulsan a quién sabe dónde.


Finalmente, tengan en cuenta que la peor suerte de un cuerpo celeste no es colisionar, ni arder en una supernova, ni girar en el mismo eje de sino navegar por siempre en una vasta soledad ancha como medio infinito, en el vacío.